26 octubre, 2016

"Que no nos mate la rutina".

Hace muchos días que vengo pensando por qué le tenemos miedo a la rutina, por qué muchas veces la usamos como una palabra que asusta “Que no nos coma la rutina”, ni que la rutina tuviera hambre.

Pensé que cada día me despierto con alguien que amo al lado y antes de irse a trabajar me da un beso al que cada mañana llamamos “el beso con olor a cara”, después escucho la puerta y ahí ya sé que me toca a mí porque si no voy a llegar tarde. Me levanto, me baño, salvo que me haya bañado a la noche, en un arranque poco ágil me lavo los dientes, a veces me golpeo las encías mientras tanto porque siempre fui medio bruta, me cambio y me tomo el subte que me lleva hasta el Obelisco. Misma escalera y mismo vagón. Bajo en Pellegrini y camino por la diagonal hasta Esmeralda, la cuadra de costumbre, agarro Mitre y llegué, antes de salir de casa me enchufo a unos auriculares y pongo la lista “Me pegó el viejazo” de Spotify, la cual voy cantando y bailando (si es que la cantidad de obreros en el subte me lo permite). Entre que me bajo del subte y llego a la oficina, 5 veces a la semana, aproximadamente 20 por mes  y 220 al año- dije aproximadamente- me cruzo siempre con (casi) las mismas personas, con las que intercambiamos miradas de esas que dicen “Buen día, a vos te veo pasar todos los días a esta misma hora”. Y eso me parece fascinante.

Cuando llego a la oficina saludo al guardia del edificio y también a la guardia de la oficina de la planta baja, me subo al ascensor, llego al piso 7, saludo con un beso a todos los que hayan llegado del piso, oficina por oficina, me preparo el mate y me siento a trabajar. A las 12.45 hs. cada día se escucha el primer “tengo haaaaambreeeee” la mayoría de las veces es mío y 15 minutos tiene la Negra para convencerme de ir al chino o a Milano, según si llueve y hace frío o no. Almorzamos y volvemos a nuestros puestos (a veces a trabajar, otras veces no puedo dar tantos detalles) a las 18.00 hs agarro las cosas y parto, saludo a los que quedaron y de ahí hago el camino inverso para volver al subte que me lleve a casa. Salvo los lunes que iba a teatro o los martes que voy a cerámica o los miércoles y viernes que voy a pilates.  Los Jueves son un tema aparte.

A veces paso a buscarlo a Nico (Cucu para los amigos), y volvemos caminando y otros días nos encontramos directamente en casa y llegamos y hacemos de las cosas que se hacen en la casa o a veces no hacemos nada, o vemos series, o vamos al super, a veces nos cocinamos rico y nos tomamos un vinito…que se yo.

Y después de describir lo que hago un día de mi rutinaria vida, sigo sin poder entender lo malo de la rutina, lo malo de despertarte y acostarte con alguien que elegís cada día, lo malo de trabajar con amigas, lo malo de hacer semana tras semana cosas que te apasionan con personas que se apasionan.
Es por eso que después de tanto tiempo pensándolo, decidí que la rutina es mi amiga y que nunca me va a comer porque la rutina se alimenta. Porque la diferencia está en armar la rutina de la vida con cosas que a uno le completan y le hacen feliz, no hay forma de que la rutina mate si mientras tanto la estás viviendo.


Los invito a que alimenten su rutina, si tengo suerte mañana vuelvo a la mía que, aunque no lo crean, la extraño un montón, animal de costumbre.