El ruido que molesta la normal existencia, la irrupción de la tranquilidad o del normal desenvolvimiento de la madrugada.
El ruido -externo e interno- volcó esa noche la peor de mis noches. Me pare a mirar por la ventana, apenas pudiendo abrir los ojos. Se volvió de día la noche y de miedo corrí al baño, además me estaba meando. Dí unas cuatro o cinco vueltas en la cama, la sábana de flores negras se enredó entre mis piernas y las ganas me hicieron abrazar una de las tres almohadas para no sentirme tan sola. La abracé fuerte, me sentí una estúpida, pero una estúpida comprendida. La almohada estaba entendiendo que yo tenía miedo. Que idiota, una almohada no entiende nunca nada.
Sonó el despertador que esta vez no fue el del teléfono, fue un trueno tan fuerte que no me dejo volver a dormir. Me senté en el colchón del living, ya no duermo en la cama, las dos plazas me quedan grandes y cuando si, duermo en exactamente la misma esquina que antes, a la que vos nunca llegabas.
Esperé que se hiciera la hora para salir a la calle. Me cambié pensando qué remera me iba a poner y el calzado, estuve 20 minutos parada mirando mis 3 pares de zapatos, ninguno para la ocasión. Elegí cualquiera, ninguna servía realmente. No era relevante, cualquiera que agarrara llegaría a destino empapado.
Me subí al ascensor con la idea clara de que debería haberme quedado enredada en esas sábanas. Salí, no llovía, llegué a la esquina y me crucé con el vecino-oficinista-caño que venía de Bakery, me saludó, se largó a llover. Con el pañuelo de estrellas tapé la cartera y las tetas, me tapé las tetas, porque ciertamente si llegaran a mojarse, se notaría más que cualquier otra parte.
Caminé por Suipacha hasta Córdoba insistente el agua pero no tan mojada, crucé la bicisenda porque caminando por el medio de la calle te mojabas menos que por la vereda, misterios de microcentro.
Con el paso "simulando estar apurada" y escuchando bachata crucé Viamonte, frené en la librería porque la lluviecita se había vuelto unas gotas gigantes que de reventar en el piso te salpicaban desde abajo. Una señora muy mayor se acomodó al lado mío, nos miramos y sonreímos, aunque sea algunos minutos íbamos a ser compañeras de algo, íbamos a esperar juntas que la lluvia pasara, íbamos a esperar y a sonreírnos en un estúpido silencio, una estúpida vergüenza. "Que bueno que por lo menos usted tiene paraguas" le dije, y se hizo la boluda como quién sonríe cuando no entendió o no escuchó lo que le dijeron. "Es cierto" pensé, "es temprano para socializar". De golpe el agua se hacía increíblemente cortina, baldazos de escupidas que te rebotaban de todos lados. Jajajajaja, me empecé a reír y la señora se rió conmigo "¿Vamos?" me dijo. Y me invitó de su paraguas. Bendita mi suerte por esas 4 cuadras que me dejó ir con ella y maldita cuando me dijo "bueno yo doblo acá".
"Concha" pensé, ahora me tenía que buscar un nuevo compañero de paraguas tan bien dispuesto como la señora.
Paré en Corrientes, el semáforo estaba en verde, entonces me puse a mirar los perfumes, el Ralph está $740. Paró de llover y cuando iba por la mitad del paso a cebra empezó a diluviar con tantas ganas como las que tenía yo de putear. Pero estaba seca, el pañuelo y la señora habían contribuido a que eso sucediera.
Pasé corriendo por los pasos de tango de "La Ideal", pero los hice, siempre que paso los hago, me hace sentir más boluda, me hace sentir un poco más yo. Llegué a la esquina y no podía ver nada más allá de los 5 metros. Entre al kiosko de Suipacha y Diagonal. Cuando vi que no iba a parar, pensé "meh, es agua" y empecé a correr como disfrutando y odiando. Y qué odio. Y qué disfrute. En media cuadra me mojé todo lo que no me había mojado las anteriores 8. "PUTA SUERTE" grité, pero sabía que no era suerte, era una decisión mal o bien tomada, todavía no lo sé.
Si esperaban un instructivo de cómo caminar bajo la lluvia sin paraguas, acá no era.