Hace muchos días que vengo pensando por qué le tenemos miedo
a la rutina, por qué muchas veces la usamos como una palabra que asusta “Que no
nos coma la rutina”, ni que la rutina tuviera hambre.
Pensé que cada día me despierto con alguien que amo al lado
y antes de irse a trabajar me da un beso al que cada mañana llamamos “el beso
con olor a cara”, después escucho la puerta y ahí ya sé que me toca a mí porque
si no voy a llegar tarde. Me levanto, me baño, salvo que me haya bañado a la
noche, en un arranque poco ágil me lavo los dientes, a veces me golpeo las encías
mientras tanto porque siempre fui medio bruta, me cambio y me tomo el subte que
me lleva hasta el Obelisco. Misma escalera y mismo vagón. Bajo en Pellegrini y
camino por la diagonal hasta Esmeralda, la cuadra de costumbre, agarro Mitre y
llegué, antes de salir de casa me enchufo a unos auriculares y pongo la lista “Me
pegó el viejazo” de Spotify, la cual voy cantando y bailando (si es que la
cantidad de obreros en el subte me lo permite). Entre que me bajo del subte y
llego a la oficina, 5 veces a la semana, aproximadamente 20 por mes y 220 al año- dije aproximadamente- me cruzo
siempre con (casi) las mismas personas, con las que intercambiamos miradas de
esas que dicen “Buen día, a vos te veo pasar todos los días a esta misma hora”.
Y eso me parece fascinante.
Cuando llego a la oficina saludo al guardia del edificio y también
a la guardia de la oficina de la planta baja, me subo al ascensor, llego al
piso 7, saludo con un beso a todos los que hayan llegado del piso, oficina por
oficina, me preparo el mate y me siento a trabajar. A las 12.45 hs. cada día se
escucha el primer “tengo haaaaambreeeee” la mayoría de las veces es mío y 15
minutos tiene la Negra para convencerme de ir al chino o a Milano, según si
llueve y hace frío o no. Almorzamos y volvemos a nuestros puestos (a veces a
trabajar, otras veces no puedo dar tantos detalles) a las 18.00 hs agarro las
cosas y parto, saludo a los que quedaron y de ahí hago el camino inverso para
volver al subte que me lleve a casa. Salvo los lunes que iba a teatro o los
martes que voy a cerámica o los miércoles y viernes que voy a pilates. Los Jueves son un tema aparte.
A veces paso a buscarlo a Nico (Cucu para los amigos), y
volvemos caminando y otros días nos encontramos directamente en casa y llegamos
y hacemos de las cosas que se hacen en la casa o a veces no hacemos nada, o
vemos series, o vamos al super, a veces nos cocinamos rico y nos tomamos un
vinito…que se yo.
Y después de describir lo que hago un día de mi rutinaria
vida, sigo sin poder entender lo malo de la rutina, lo malo de despertarte y
acostarte con alguien que elegís cada día, lo malo de trabajar con amigas, lo
malo de hacer semana tras semana cosas que te apasionan con personas que se
apasionan.
Es por eso que después de tanto tiempo pensándolo, decidí
que la rutina es mi amiga y que nunca me va a comer porque la rutina se
alimenta. Porque la diferencia está en armar la rutina de la vida con cosas que
a uno le completan y le hacen feliz, no hay forma de que la rutina mate si
mientras tanto la estás viviendo.
Los invito a que alimenten su rutina, si tengo suerte mañana
vuelvo a la mía que, aunque no lo crean, la extraño un montón, animal de
costumbre.